lunes, 7 de octubre de 2013

El taller errante

Trabajando, con el taller errante instalado en Louzara, este verano. Foto de Ana.
Nos gusta viajar, y como muchos padres de familia soy técnico especialista en Tetris. Si fuera una carrera superior, tendría el doctorado. He visto como los transeúntes se paraban al ver la asombrosa cantidad de maletas y objetos amontonados al lado del coche, antes de cargarlo para coger carretera. Tengo práctica, encajo los enseres con la misma rapidez y seguridad con la que un marine monta su arma reglamentaria. Me gusta mirar la cara de incredulidad de los observadores cuando termino. El contenido parece envasado al vacío, no cabe nada más, ni un alfiler... Bien, pues a partir de ahora, voy a tener que ir con mi nuevo taller encima y conseguir encontrarle un hueco entre la cuna de viaje y la nevera portátil.

Mi metamorfosis en el escultor de huesos esta siendo más lenta y difícil de lo que esperaba, y eso hace resentirse a mi maltrecha economía. No puedo olvidar que el objetivo es llegar, un día no muy lejano, a ganarme un jornal con mi trabajo. Y aunque dicen: que para ganar dinero hay que gastar dinero (este refrán siempre me pareció el eslogan de un banco para terminar sangrándonos con sus intereses), yo creo que la realidad es otra: cuanto menos gaste al principio, antes empezaré a ganar después.

Por tanto, necesito un taller que pueda transportar con facilidad, y que sea barato. Que me permita trabajar en cualquier lugar donde disponga de una mesa pequeña y un enchufe. De hecho, estas premisas de partida se complementan. Para que las herramientas ocupen el mínimo espacio, lo primero que hay que hacer es comprar solo las imprescindibles, y eso significa ahorro. Para empezar, las cosas que puedo hacer a mano no las pienso hacer con ninguna maquina. Pongo toda la energía que mi trabajo pueda generar, pero no pienso darle ni un kilovatio de más a ninguna compañía eléctrica. Mi sueño es llegar a ser energéticamente autosuficiente (pero esa será otra historia).

Piezas que preparé este verano en la montaña lucense.
En la preparación de las piezas no utilizo ninguna herramienta mecánica. Corto los huesos usando una vieja sierra de arco con hoja para metales, después, termino de dar forma al volumen base, utilizando una lima plana. Solo llevo conmigo los fragmentos de esqueleto listos para el trabajo, ocupan poco espacio y son fáciles de transportar. Como tengo terminantemente prohibido el olor a cadáver en casa, aprovecho las estancias en la montaña (vamos a Louzara siempre que podemos) para estos menesteres preliminares.

Uso una multiherramienta Dremel 300 con lápiz de eje flexible, un poco por casualidad. Fue una oferta que encontré: la Dremel, el lápiz de eje flexible y la abrazadera (o morsa) para mesa, por 70 euros. Es un modelo descatalogado (por eso estaba tan bien de precio) pero tiene suficiente precisión para empezar y sigo pensando que no me equivoqué al comprarla. Encaja perfectamente con la idea de inicio: ligera, pequeña y barata. También incorporé al equipo básico una lampara de leds con lupa. Imprescindible para los detalles más pequeños. Aquí también tuve suerte, estaba negociando en segunda mano, cuando un amigo me mandó el enlace de una buena oferta en un hipermercado. Y para terminar, la mascarilla antipartículas (como no hay estudios sobre como afecta el polvo de hueso a los pulmones, siempre uso mascarilla) y los cascos de protección contra el ruido, artículos necesarios y bastante económicos. Y este es todo el equipo necesario. Ya está, Ana introduce los pagos en la base de datos de gastos y comprueba que no me he pasado ni un pelo en la inversión. Y yo, por supuesto, sacando pecho. CRASO ERROR.

Tallando la carita que aparece en la cabecera del blog. Utilizo la "morsa", fijada en la mesa, para apoyar las manos y mejorar el pulso. La pieza, suelta, agarrada con índice y pulgar,  porque necesito girarla constantemente. Foto de Ana



























Le llamo el taller errante, por un lado, porque anda de una parte a otra sin tener asiento fijo, y por otro, debido a la cantidad de errores que cometí al comprar las "fresas". Las fresas son como brocas de taladro, que se sujetan al extremo del lápiz de eje flexible, y giran a toda velocidad para desbastar el material. Estas pequeñas cabronas, habían decidido hundirme el presupuesto y amargarme la existencia. El proceso de descubrir cuales son las adecuadas para trabajar el hueso, ha sido tan costoso, largo y difícil, que es la causa de que halla decidido escribir este blog. Creo que mi experiencia puede ser útil para cualquiera que desee empezar este camino y quiera ahorrarse los fallos que cometí yo.

Como ni en los centros comerciales, ni en las ferreterías, tienen este tipo de material (casi nada), compré las fresas por internet en Europa, Asia y América. No las encargué en Australia, porque por algún motivo que desconozco, los gastos de envío desde ese continente son de 60 euros. El caso, es que las probé de todos los tamaños y formas, de todos los tipos y durezas. Rompí muchas, quemé otras y las más, simplemente se gastaron en poco tiempo. Un desastre, no solo por el chorreo de dinero, si no también por las decepciones sufridas. Se hizo habitual esperar más de un mes a que llegara un pedido de China o EEUU (que pensaba resolvería el problema) volver de Correos con mi flamante paquete, para a continuación, romper sin querer, todas y cada una de las fresas que había comprado. Como sería la cosa, que hasta Ana no me hizo ningún reproche a pesar del considerable aumento de nuestra plantilla excel de gastos.

Las fresas que quedaron después de la criba. 
Bueno, después de tiempo y dinero, estas son mis conclusiones. Utilizo dos tipos de fresas: las más duras, de carburo de tungsteno, para desbastar el material en la primera etapa de la talla, y las suaves, de diamante, exclusivamente para afinar y hacer los retoques. Cuando no hay que ser muy exacto arrancando material uso las gruesas "Chip Breaker 1.90mm" o "Proxxon tungsten 2.0mm" son muy fuertes y todo lo que pueda adelantar con ellas es durabilidad que consigo con el resto de fresas. A continuación, para delimitar contornos y afinar, utilizo las delgadas "Router RTD 0.8mm" o "Proxxon tungsten 0.8mm", aprendí a base de romperlas, que están fabricadas para trabajar en vertical y como la posición natural del lápiz es inclinada, por debajo de este grosor son muy quebradizas. Para trabajar una superficie lisa (los pómulos o la barbilla de una cara) son muy buenas las Dremel carburo de Tungsteno "punta esférica 9905" o "punta de huevo 9911", también son las mas caras, unos 13 euros cada una. Y ahora, mi fresa favorita, la compré, sin ninguna convicción, por probar, y se ha transformado en la punta imprescindible para los detalles más afilados de cualquier diseño. La extraña "V-Bit 30º 0.2 materiales ferrosos" una autentica maravilla.

Una vez terminada la primera parte de la talla, para alisar las superficies, pasamos a las fresas de diamante. Son económicas, fáciles de encontrar, y de todos los tamaños y formas. A diferencia de las de tungsteno, trabajan a velocidades bajas y siempre hay una cosa a tener en cuenta, se desgastan muy rápido. Por eso hay que usarlas solo para afinar los detalles, nunca para desbastar el hueso.

Resumiendo, cada una de ellas tiene un uso determinado, hay que parar y cambiar de fresa constantemente, cada vez que sea necesario. Si no se hace así, la vida útil, de cada una, se reducirá sensiblemente.

Y aquí estoy, ya he conseguido todo el material que necesita un escultor de huesos, pero en vez de sentirme pletórico, lo que tengo, es la sensación de que los costes son excesivos y va a ser muy difícil llegar a cubrir gastos. Los huesos, las fresas, el trabajo... Y para quitarme el mal sabor de boca, decido preparar una "Carne en Pastelón", se trata de freír un gran filete empanado de tres dedos (unos 5 cm) de grosor, que después de quitar el aceite se rehoga en una generosa cantidad de vino blanco y que normalmente se sirve con patatas panadera. Este plato es delicioso si está hecho con una buena carne, y la mejor ternera gallega que conozco se puede comprar en la carnicería de Pío y Julia, al pie del Monasterio de Samos, a 20 minutos de Louzara. Y mientras cortan la carne les cuento mi proyecto, cosa que les parece muy curiosa, y sin más, deciden apoyarlo en lo que buenamente puedan, que no es otra cosa que surtirme de todo el hueso que necesite sin pedirme nada a cambio. Después del sobresalto inicial, de vuelta a la casa, caigo en la cuenta que con esa ayuda, no solo recibo el impulso que necesitaba, sino que además, han transformado la materia prima de mi trabajo en algo muy especial, algo más profundo y primordial, algo que hunde sus raíces en la misma columna vertebral de Galicia... Ahora trabajo con los huesos del Camino de Santiago.

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